lecturas efímeras
13 de diciembre de 2020. Primera persona del sonar
No creo que haya una primera personal del plural que me llene más el alma. Sí. La hay. Y también la incluye a ella y una se convierte en un millón y ahí está el sentido. Pedir más sería pedir un castigo.
Recuerdo, porque ya es un recuerdo, primero la vibración. Esa caricia aérea de tono imposiblemente bajo que se envolvía y como volutas de sedoso sonido siseante de voces aliñadas con ilusión y esperanza. Cientos, miles de kilogramos de certeza, aunque pasajera, certeza. Certeza pululando en armonioso desorden. Plena seguridad. Absoluta falta de duda ante el agujero infinito del futuro que dejaba de existir más allá de dos vueltas de reloj. O tres, máximo cuatro. Si se acercan a cinco se ve venir marejada. Como la que se transformó en tsunami aquel año en Fuenlabrada.
Cómo vas a sublimar más la existencia que sabiendo que en tus próximos cien minutos vas a estar dentro de una bomba nuclear de magia con onda expansiva más allá en el tiempo de lo que puede la distancia. Haciendo desaparecer tu piel, tu propia anatomía en el plasma del resto de anatomías, tus frecuencias en las frecuencias del horizonte. Mezclar lo que dentro ha revuelto lo que suena fuera con los dentros que están fuera del resto del mar de anatomías.
No consigo que se me ocurra ninguna otra situación en la que un abismo súbito de oscuridad se vea respondido por una supernova de júbilo. De adrenalina, de ese ruido blanco imposible. Justo en el inicio de todo. Figuras recortadas. Certeza absoluta. Y hace click el mecanismo perfecto que lleva en un abrazo psicotrópico a toda una cifra imposible de almas fundidas en un tempo y un espacio. Sabéis de lo que hablo. Os acordáis de lo que hablo. Porque nos lo han robado, porque no sabemos cuándo, cómo, dónde, ni con quién será la próxima vez cuando nos lo devuelvan.
Y esto ya es un recuerdo. Hemos dado casi una vuelta al calendario en el más doloroso silencio. Volveremos a ser primera persona. Primera persona del sonar.
22 de noviembre de 2020. nubes hidrocarbúricas
En el ojo del huracán hay más silencio del que imagináis. Es un inmenso prado azul y blanco sembrado de cansancio en el que suenan los dispersos suaves eléctricos cencerros que de vez en cuando son absorbidos por mujidos más sonoros y que de vez en cuando se agitan porque huelen lluvia en el viento y que de vez en ojaláhoyno se transforman en un torbellino de cuerdas vocales y adrenalina. Entonces es cuando truena. Los truenos tienen color allí, y su color es el negro.
Allí, en el ojo del huracán, no hay formas humanas. Hay nubes hidrocarbúricas friseantes oscilatorias interactrónicas con dos orificios en ristre y en rostro sin expresión acumulando preguntas. Se les ha desconectado la pupila de la emoción desde la primera vez que dejaron de oír aquellos cencerros en el campo azul porque orbayaba caos y porque soplaba miedo racheado de componente muerte-noroeste. Barriendo las nubes de un sitio a otro para dejarlas en el mismo lugar pero drenadas de alma. Y de tiempo.
El miedo, en el ojo del huracán, ha encharcado tanto de sudor a las nubes hidrocarbúricas que no se dan cuenta de que tienen los orificios en ristre y en rostro sin expresión fijados en la parca. Ni retan, ni luchan, ni consiguen, ni ganan… pero sí pierden y sobre todo pierden puros pedazos de sus propias almas que no vienen después en el documento pecuniario de cada ciclo lunar. Que no se reconstruyen con el sonido del entrechocar palmítico coleccívico civilizatorio y sedatorio de consciencias de antes de la cena y el capítulo de rigor. Eso llena el intestino de casi todos.
Casi todos en el ojo del huracán haríamos lo mismo. Y asumo que conmigo no asumes que casi significa un porcentaje más pequeño que el resto del total. Se me va el pensamiento a puñetazos contra esa sentencia a imprimir en loza de desayuno. Porque hemos aprendido en el páramo de blanco y azul y cencerros de sonido frío que el casi y el todos y el poder y el deber no se diseñaron ni para ti ni para mí sino para las sombras que hay de paredes para fuera de nuestro punto umbilical. Para el sobregrabado de cifras absurdas y prescindibles flotando en el plató a las tres de la tarde y que tú mismo masticas mientras masticas mientras te mastica el huracán.
El silencio que imagináis en el ojo del huracán pesa en los oídos y en los ventrículos izquierdos de la maraña de cavidades que es el ser mismo, las elecciones pasadas, el carácter y las circunstancias. Compartiría el silencio del huracán en pequeñas fracciones de minutos eternos para sembrar cordura. Los compartiría con esos seres de luz que se han extirpado el escrúpulo con el escalpelo de la impunidad. Me sentaría a ver sus córneas ser dos circunferencias casi hidrocarbúricas invadidas de preguntas al sentir penetrarles el frío del campo azul y blanco, el frío del viento racheado de muerte-noroeste. Verlos imaginar, de lejos, lo que se siente en el ojo del huracán.
1 de noviembre de 2020. Símiles reptilianos
Éste es un ejercicio de escritura. Otro ítem en una lista. Otro sonido al que no prestar oídos. Un intento a lo mejor de exprimir un pedazo de cemento. Es una lucha orgullosa contra la pérdida de tu atención, contra el desvanecerse de mi esperanza de tener todavía algo que decir. Que no haya dicho nadie, como no lo haya dicho nadie.
Éste es un ejercicio contra el muro del tiempo.
Nos han dejado del sonido del tren el del puro rozamiento contra el aire, arrancando el traqueteo del vagón que tanto molestaba al cadáver de nuestro silencio. Es la misma tubería de hierro prohibida de aquel manido símil reptiliano que se ha vaciado del ronroneo de fuera y del calor de dentro. Donde había olores, donde conversábamos, donde mirábamos por la ventana para buscar paz. La paz del tránsito reptante. Hoy hay silencio, hoy hay miradas a medio censurar.
Porque la mirada no sólo está en los ojos y creer lo contrario es casi jugar a la ruleta en tu rutina.
Creen que pueden hacernos entregar con gusto nuestro tiempo como hemos entregado el ronroneo del tren porque repetidas veces nosotros hemos entregado con gusto nuestro tiempo como hemos entregado el ronroneo del tren. Lo que no podemos tocar se nos escapa entre los dedos y cae en el caldero de miserias de avaricia de quien nos trae la felicidad en cartón falsamente reciclado de un día para otro. Como si necesitásemos algo que no tengamos ya de un día para otro, para la semana que viene, para antes de que den las diez y nos convirtamos en calabaza.
Qué nos queda que no nos hayan hecho creer que podemos entregar con gusto por la falsa inmediatez. Entregar en cartón falsamente reciclado y derramado en tu puerta porque lo necesitas para antes de ayer. Y sin siquiera ver al ser precario que lo arrastra.
Éste es un ejercicio contra el muro del tiempo. Un desbrozar de cuadrados vacíos y ruidos blancos que me aplastan la inconsciencia. Una desinflada venganza contra las decisiones que creíamos no estar tomando. Un intentar comer sopa con un colador. Una lista de prioridades seguida del revés.
Éste es un ejercicio de escritura. Éste es un ejercicio de lectura.